sábado, 28 de maio de 2011

La escritura del olvido - Sylvia Molloy

  • 19/10/10




  • La escritura del olvido

    Es una de las principales figuras de la literatura argentina y acaba de publicar “Desarticulaciones”, una novela breve sobre las permanentes fracturas de la memoria.

    POR Mauro Libertella


    SYLVIA MOLLOY. "No me siento realmente parte de una generación", dice desde Estados Unidos.

    Para M.L., que todavía está”, reza la dedicatoria de esta novela corta de Sylvia Molloy, y en esa rúbrica breve y tajante se cifran las líneas de sentido que dominan el relato. Hay alguien que le ganó al paso del tiempo, que se le adelantó a la enfermedad, y que le impuso su tiempo presente a la dedicatoria y a todo el libro. Todavía está. Hay, también, una narradora, que la visita a M.L. día a día y que asiste al teatro alucinado de su desmemoria. Así, la narradora que visita a su amiga con Alzheimer se convierte súbitamente, sin querer queriendo, en esa escriba a la que le queda la palabra escrita para reconstruir lo que en la memoria de su amiga se va eclipsando. En algún momento, Desarticulaciones asume la forma de un delicado juego de espejos: la narradora lee su propia memoria en las lagunas de su amiga, y pareciera que por momentos es la amiga, desde su presente absoluto, la que le dicta las palabras que componen la narración; como un escritor fantasma que le guía el pulso para que Desarticulaciones diga finalmente una verdad compartida.


    Por lo demás, Desarticulaciones responde a una lógica de capítulo corto que se deja leer en la órbita del diario o la libreta de anotaciones –formatos con los que juega pero que no explican la lógica de la narración. Molloy ya se mostraba en libros anteriores afecta a esa forma breve y epifánica, pero hay algo en la materia de este libro que parece pedir este procedimiento. Es como si la desmemoria no se pudiera narrar sino bajo la forma de lo fracturado. Así, de un modo astillado, aparecen raptos de catarsis (“Tuve un episodio raro, lo consigno aquí porque es el unico lugar en el que en estos días hablo de memoria”), reflexiones (“Para mantener una conversación es necesario hacer memoria juntas o jugar a hacerla, aun cuando ella ya ha dejado sola a la mía”), referencias al presente (“Dentro de dos días es su cumpleaños”) y a un pasado compartido (“No me atrevo a preguntarle si se acuerda de Borges, menos de Saint Laurent”). Como en un caleidoscopio, digitado por una mano sutil e invisible, todos los fragmentos van erigiendo, finalmente, una historia. Mejor: lo que queda al final, cuando uno cierra el libro, que se lee de un tirón, es un pedazo de historia. Queda la sensación de que la historia empieza antes y termina después de los limites del libro, pero ese recorte, ese fragmento de libro, es la condensación de todo lo que se quiso decir. Es también un acto de urgencia, como si la narradora hubiera necesitado escribir eso que escribió para entender algo del orden de lo inenarrable.


    Algunos de sus libros tienen títulos que son como cifras literarias (“El común olvido”; “Varia imaginación”). ¿Qué evoca “Desarticulaciones”? Pensé largamente en el título, Desarticulaciones fue lo primero que se me ocurrió porque en cada visita de la narradora a M.L. se comprueba una conexión perdida, mejor dicho deshecha: lo que era coherente en una mente lúcida ahora está despedazado. Luego se me ocurrió que el título era algo tajante, con ecos gramaticales, y procuré encontrar otro, pero me di cuenta de que mi predilección por la cita literaria, como vos indicás, aquí no funcionaba. Es decir, la cita literaria lleva a otro texto, al recuerdo de otro texto, arma parentescos. Aquí el título no lleva a nada sino a su propia desconexión, a su intemperie.


    ¿Qué tipo de posibilidades narrativas o conceptuales le dio el capitulo corto, la forma breve? Hace mucho que me intereso por la forma breve, te diré desde épocas remotas en que sospechaba (pero no sabía del todo) que más tarde me dedicaría a escribir. Entonces anotaba párrafos, secuencias, pequeños argumentos pensando que algún día me servirían y de hecho usé algunos de esos fragmentos en Varia imaginación . Aquí fue algo distinto, la forma breve me permite recalcar la pobreza de esos encuentros, o mejor dicho su carácter elemental. Son contactos pequeños que apuntan a un mundo más grande que se ha perdido y del que sólo subsisten ecos, susurros y alguna que otra iluminación que de pronto surge de la desmemoria.


    ¿Qué tipo de literatura alrededor del tópico de la memoria o el olvido le interesa? ¿Leyó sobre la cuestión mientras escribía? Más de una vez, en relación con M.L. he recordado aquellos personajes de Swift que refiere Borges, incapaces de leer “porque la memoria no les alcanza de un renglón a otro”, sólo que en el caso de M.L. “leer” es equivalente a “pensar” e, incluso, a “hablar”. Y también, por contraste, he pensado desde luego en Funes, porque su sistema férreo, sin huecos, es lo opuesto del “sistema” de M.L. que es puro hueco. Pero no, no leí sobre el tema mientras escribía, a pesar de que me interesan mucho las tácticas del recuerdo y del olvido, prefería que la desmemoria de M.L. dictara el recorrido.


    ¿Le parece que “Desarticulaciones” es un relato de personajes? ¿Quién está en el centro del relato: la narradora, M.L.? No, no creo que sea un relato de personajes, o por lo menos, al escribirlo, no quise darle esa dimensión. Ni tampoco lo veo como un relato centrado en nada ni nadie, o más bien sí, centrado en su propia disolución, en esas hebras de voces, gestos aislados, y tomas de conciencia momentáneas que no van armando nada sino que atestiguan la desarticulación del título. Tampoco quise registrar el progreso de esa desarticulación, no se trata del itinerario de un derrumbe sino de un ir y venir (hoy se acuerda de cómo leer, ayer no se acordaba, hoy sabe su nombre, mañana no lo sabrá) del que todavía surge algo valioso, una revelación, un chiste, una intimidad, un momento feliz. En suma, un contacto.


    En el párrafo introductorio dice: “Tengo que escribir estos textos mientras ella está viva, mientras no haya muerte o clausura”. Ahí, en esa urgencia, aparece una idea de escritura en tiempo real, pegada a un presente. ¿Cómo fue la génesis, la gestación de esa escritura que avanza día a día? Bueno, en un primer momento fue un acto de autoprotección. Pensé que si yo registraba semanalmente mis visitas a mi amiga la tarea no me resultaría tan triste y empecé a anotar, muy brevemente, como en un diario, esos encuentros. Poco a poco me di cuenta de que cada vez que la visitaba pasaba algo, o ella decía algo, que de alguna manera, me la restituía, y empecé a ver que tras la desmemoria había algo imprevisto, recuperable, algo, como te diré, no patético sino muy vital. Había acción narrativa. Y quise registrar esa vitalidad, desplazada, llena de huecos, pero vitalidad al fin.


    Lo autobiográfico es un tema que usted trabajó en artículos y ensayos. ¿Qué relación le parece que establece “Desarticulaciones” con el registro o el género autobiográfico? El yo de Desarticulaciones recurre al recuerdo autobiográfico pero no busca componerse como sujeto –propósito habitual del autobiógrafo– sino más bien dar testimonio del otro, de lo que queda del otro, en este caso de M.L. Con esto no quiero decir que el yo sea un mero observador. Hay momentos imprevistos en que ese yo narrador se siente tocado de manera particularmente personal, momentos de revelación o de trauma en que deja de ser espectador para comprometerse con la historia y verse afectado por ella.


    En el libro, el idioma inglés aparece una y otra vez, en un subtítulo, en alguna frase, en alguna anécdota. Viviendo hace tantos años en un país de lengua inglesa, ¿cómo gravita en usted ese idioma a la hora de escribir? Si bien en inglés escribo más bien crítica, el idioma opera activamente en mi ficción como una suerte de eco, como si estuviera diciéndome con otra voz, en otro lado. Creo que es lo que le pasa a toda persona bilingüe, o trilingüe, como es mi caso, el saber que lo que se dice es siempre ajeno, que siempre hay otra manera de decirlo.


    Y al revés... ¿qué lengua castellana cultiva en su día a día en Estados Unidos? Tu pregunta es interesante porque me hace caer en la cuenta de que en mi vida cotidiana “cultivo” –es la palabra justa– más de un castellano según el interlocutor. En la universidad doy clase en un español más bien neutro, con amigos hispanohablantes hablo el castellano de la Argentina, con gente menos conocida encuentro que a menudo recurro a palabras de otras regiones de América Latina (guagua por ómnibus, por ejemplo), palabras que no conocía antes de vivir en esta ciudad donde se cruzan tantas versiones de la lengua. Pero todavía me doy vuelta en la calle si oigo hablar castellano, sobre todo si adivino una inflexión porteña, creyendo que me están hablando a mí.


    ¿Qué le parece que es para los norteamericanos la literatura argentina? En Estados Unidos, ciertas literaturas se piensan menos en términos de diferencias nacionales –literatura mexicana, chilena, etc.– y más en términos geopolíticos: la literatura argentina se ve como parte de la literatura latinoamericana, es decir como la literatura de una región más que de un país en particular. Este modo de recepción por cierto no es privativo de los Estados Unidos, ya lo había puesto en práctica Europa, sobre todo Francia, cuando se “descubrió” la literatura de América Latina a partir de los años veinte del siglo pasado. Ahora bien, este modelo tiene limitaciones obvias, ejemplificadas en políticas editoriales, prácticas de traducción, y recepciones problemáticas. Se privilegia cierta imagen simplista de América Latina a través de su literatura, condicionada ya por el realismo mágico y la literatura fantástica, ya por la literatura testimonial, y a menudo por una combinación de las tres cosas. Esto hace que ciertos escritores “pasen” mejor que otros, por eso se los traduce, aunque te prevengo que en Estados Unidos se traduce cada vez menos. Pero este modelo expansivo de acercarse a la literatura latinoamericana no es del todo negativo: la deslocalización tiene sus ventajas. Leer a escritores argentinos (cuando se los traduce) en un contexto latinoamericano y, más aún, en un contexto transnacional permite establecer un diálogo entre textos que no siempre se establece desde la Argentina y eso, me parece, es sumamente provechoso.


    En los albores de la década del sesenta vivió en París, después en Buenos Aires y para el final de los sesenta en Estados Unidos. ¿Qué se acuerda de esa década? Me gusta que me preguntes “qué me acuerdo de esa época” y no “cómo era esa época” porque el recuerdo sin duda reconstruye y retoca ciertos momentos del pasado y ese fue un momento importante para mí. Volví a Buenos Aires en 1962 después de haber pasado cuatro años en una París conflictiva y estimulante, la guerra de Argelia por un lado y una increíble actividad intelectual y artística por el otro, para volver a un Buenos Aires que preparaba “sus” años sesenta. La recuerdo como una época mágica, donde culturalmente pasaba de todo, desde Sur, donde conocí a gente que me marcó profundamente hasta los happenings del Instituto Di Tella, y los grupos de discusión política en los que participé durante unos años: un poco Borges, la revolución cubana y Marta Minujín.


    ¿Qué le quedó de aquellos años? De esos años datan amistades que conservo hasta el día de hoy, el contacto profundo con una cultura que me determina y que hice de veras propia, y también la plena conciencia de que quería dedicarme a escribir y que esa escritura (que debutó por la crítica y luego añadió la ficción) iba a ser en castellano. Y entonces, justo cuando empezaba a aquerenciarme, vino el golpe del 67 y volví a irme, esta vez a Estados Unidos donde –sinceramente creía– me quedaría sólo un par de años.


    ¿Se siente parte de una generación? No me siento realmente parte de una generación, aunque sin duda lo sea, porque para sentirte parte tenés que convivir y yo siempre me estaba yendo. Volvés, sí, pero “de visita”, y nunca el tiempo suficiente para retomar de manera sostenida los contactos, las complicidades, los proyectos y los rencores que determinan una generación. Entonces establecés parentescos a distancia y no necesariamente con tus coetáneos, te vas creando la familia, los interlocutores literarios, que te hubiera gustado tener. Algunos son mayores que vos, otros sí son contemporáneos, otros más jóvenes. A algunos ni siquiera los conociste o conocés pero no importa: igual dialogás con ellos a través de la lectura.

    Fonte: Clarín - Revista Ñ

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